EL BILLAR:   No:44


Ojeaba el anuncio del periódico colocado días atrás, triste volví a leerlo: vendo mesa de billar americana,

en madera de caoba, patas talladas a mano, marca " IMPERIAL "; paño original color verde, doce tacos

nuevos, porta tacos, lámpara tres tubos y doble juego de bolas de marfil; única , verla es comprarla  nota:

encimo, miníbar, " sin licores ".

Terminaban así dos años de parranda y disfrute, que con anuencia de mi esposa, hizo que se concretara

mi sueño, cuando dijo: regalátela, te lo mereces, eres un buen hombre, padre y esposo, date ese gusto,

" cómprala "-


A fe, que me dí el gusto, durante un par de años no hubo acontecimiento que se dejara pasar, sin festejarlo.

Bautizos, bodas, comuniones, aniversarios, matrimonios, divorcios y hasta una defunción de una amigo,

con una enfermedad penosa; todos estos eventos conocieron las bondades de la mesa.

Este ritmo cambio la rutina del hombre sobrio y mesurado; lo que de a poco, llevó a que su esposa Lucy

tomara cartas en el asunto.

Ella, con cuarenta años, pero aparentando muchos menos, de carnes y senos firmes, con su esbelto

cuerpo, llamaba la atención de los hombres, nadie pensaría, que era madre de tres varones ya grandes.


En víspera del cumpleaños de Jesús, su esposo, prometió darle un anticipo esa noche que no olvidaría,

y le dijo: no llegues tarde, te sorprenderé.


Ocupo ese día en salones y sitios de belleza, renovándose completa; pies, manos, cabellera y cara,

todo fue retocado con pericia, transformándola en otra, hermosa y llamativa. Recogió por último, el

objeto que sería su arma de disuasión mas efectiva esa noche en su encuentro.

Un exquisito y sensual juego de ropa íntima, roja con encajes negros, tan transparente, que parecía

estar desnuda.

Ya en casa, terminando; olorosas cremas acariciaron su piel, rematando con  una  generosa cantidad

del perfume preferido de su marido.

Se miró completa al espejo; le gustó lo que vio, no había nada que agregar; ni la misma diosa del

amor podría superarla en sensualidad y hermosura.

Ahora, solo esperar la llegada del consorte, que esta noche tendría que escoger: " cuales serían las

bolas " que regirían su futuro.


Humberto Restrepo.

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